El cooperativismo agrario español o cómo huyendo de un fantasma puedes convertirte en otro (I)

La cooperativa como restauración del vínculo entre capital y trabajo.

El capital, junto con la tierra y el trabajo,  es uno de los tres factores económicos que participan en la generación de la riqueza. Capital es cualquier herramienta o instrumento, cualquier reserva o provisión que permite producir bienes. Algo tan humilde y sencillo como una cacerola, por ejemplo, que permite producir guisos (bienes)  es un capital.

Si sorprende que los hombres hayan ido a la revolución y la guerra por un concepto como el capital,  mucho más lo hace que lo hagan por un concepto que designa a una cotidiana e inofensiva cacerola.  La sorpresa se atenúa  si caemos en la cuenta de que el capital, como la cacerola, puede usarse tanto para producir bienes como para dar cacerolazos.

En efecto, si entendiéramos por capitalismo aquella sociedad en la que se da o no se impide el capital (la provisión de riqueza), tendríamos que afirmar que toda sociedad es capitalista desde que existe como tal. Sin embargo, cuando hablamos del Estado Capitalista, según la ya clásica definición de Belloc, nos estamos refiriendo a algo que no hace referencia simple y llanamente al concepto de capital sino a una situación económica en la que i) los ciudadanos son políticamente libres (pueden usar o no sus propiedades y trabajo), pero ii) también están divididos en capitalistas y proletarios en tales proporciones que el Estado como conjunto no está caracterizado por la institución de la propiedad privada entre sus ciudadanos libres, sino por la restricción de la propiedad privada a un estrato minoritario.

Este desequilibrio en la distribución de la propiedad privada, propia del Estado Capitalista o burgués, generó grandes tensiones políticas y sociales durante la segunda mitad del s. XIX en Europa; tensiones que fueron exportadas posteriormente a todo el mundo con el colonialismo y el comercio internacional. Las más conocidas de las reacciones a esta tensión han sido violentas; tanto en la acepción física como en la social del término violencia. Física y socialmente violentos fueron la Revolución Bolchevique y el Nazismo, por ejemplo. Socialmente violento para con sus comunidades y tradiciones ha sido el intervencionismo estatal de los Estados occidentales de posguerra. Pero también hubo reacciones no violentas. Una de estas reacciones intrahistóricas o reformistas al Estado Capitalista fue el movimiento cooperativo.

Robert Owen
Robert Owen

Frente a la Sociedad Anónima, persona jurídica paradigmática del Estado Capitalista, ideólogos como  Robert Owen,  dieron forma a la persona jurídica y a la figura empresarial de la Sociedad Cooperativa.  La ruptura del vínculo entre capital y trabajo que trajo el Estado Capitalista cristalizó en la Sociedad Anónima, es decir, en la sociedad sin nombres. Los propietarios por un lado, los trabajadores por otro. Anónimos los unos, anónimos los otros. Con la Sociedad Cooperativa se buscaba restaurar el vínculo económico entre trabajo y capital del antiguo campesinado y artesanado dentro de la nueva lógica económica.

Y en España, ¿qué?

El fenómeno del movimiento cooperativo prendió en aquellos países en los que primero se dio la proletarización de las masas, es decir, en aquellos lugares donde el Capitalismo y la Revolución Industrial antes habían hecho acto de presencia. Su introducción en España fue lenta y defectuosa. Donde primero arraigó fue en los ambientes industrializados de España (País Vasco, Cataluña y Valencia) de mano de los movimientos anarcosindicalistas. En el resto de la muy agraria España lo hizo de la mano de la Iglesia Católica, alentada por la encíclica Rerum Novarum, de León XIII (1). Muchas veces se achaca al carácter individualista español la mala implantación del cooperativismo en los ambientes agrarios. Sin embargo, parece natural que su arraigo fuera más fecundo en mentes abonadas por la lógica de la economía moderna, es decir, en ambientes industrializados y fuertemente politizados, que en ambientes rurales.

El sociólogo alemán Max Webber da cuenta de causas más profundas en su “El espíritu del capitalismo y la ética protestante” (1905). Webber relaciona directamente el éxito del capitalismo y su lógica del progreso económico con el protestantismo. El protestantismo, en contraposición al catolicismo, atribuye el progreso económico a la bendición divina (Calvino), y exalta la vida en el mundo frente a la vida monástica (Lutero). Otras causas entroncan con la situación del campesinado español antes y después de las sucesivas desamortizaciones, así como la asimetría de sus consecuencias entre el norte y el sur peninsular.

Sean unos u otros los motivos de la defectuosa implantación y desarrollo del movimiento cooperativo en España, éste se caracteriza por su fortísima atomización con respecto al cooperativismo de los países del norte de Europa. El  cooperativismo agrario español puede categorizarse en tres grupos (2):

El primero integra al 80 % de las cooperativas agrarias españolas. Su principal característica es su política de márgenes brutos, según la cual el pago definitivo al socio se hace después de saber cuál ha sido el beneficio de la cooperativa, igualando beneficios a costes por medio del precio pagado a los socios por su actividad. Esta política cortoplacista impide la financiación de la empresa a cambio de un mejor precio inmediato para los socios y una reducción del pago de impuestos (beneficio nulo). Este tipo de cooperativas suelen ser de funcionamiento estacional (como las almazaras) con muy escasos recursos humanos fijos (normalmente menos de cinco empleados). Su dependencia de la financiación pública es muy alta.

El segundo agrupa a un 3 % de las cooperativas agrarias españolas. En ellas el precio del producto pasa a un segundo plano debido a que los socios obtienen múltiples ventajas económicas del resto de actividades. Gracias a ello son capaces de autofinanciarse vía reservas voluntarias. El socio realiza toda su actividad económica con la cooperativa (compra de productos en general, materias primas, servicios agrarios, créditos, ahorros, etc.). Este tipo de cooperativas suelen ser ejes económicos de sus comarcas. Son capaces de llegar al consumidor final y de generar una fuerte identificación del socio con la cooperativa.

El 17 % restante de las cooperativas se encuentran en los eslabones intermedios entre las dos categorías anteriores. En otros países europeos los porcentajes respectivos entre categorías están mucho más equilibrados para un  número de cooperativas mucho menor. España, por ejemplo, tiene prácticamente el mismo número de cooperativas que Francia (20.050 vs 22.517) para un número de socios inferior a los 7 millones frente a los más de 26 millones de socios en Francia (en España están mucho más atomizadas). Estas diferencias son más acusadas cuanto más septentrionales son los países con los que nos comparamos.  Entre las primeras 35 cooperativas europeas por volumen de negocio sólo se encuentran dos españolas y ninguna es agraria, frente a las, por ejemplo, 10 francesas y 4 holandesas, entre las que sí hay representantes agrarios (3).

Con este retrato del cooperativismo español podemos preguntarnos, ¿cumplen la mayoría de cooperativas españolas con su principal objeto, a saber, la vinculación del trabajo y el capital para la generación de riqueza?  Para que se de esta vinculación, las cooperativas deberían preocuparse por el mantenimiento de ambos términos del binomio, es decir, deberían ser entes que se preocuparan por, al menos, conservar su capital.  En su lugar hemos visto que el 80 % de las cooperativas españolas se encuentra en un proceso de descapitalización continua debido a su dificultad a la hora de captar financiación.

Por otro lado, la ausencia de identificación entre el socio y su cooperativa es el síntoma más evidente de la ineficacia de la mayor parte de las cooperativas españolas en cumplir con su fin (la vinculación entre el trabajo y el capital). Pareciera, en definitiva, que una mayoría de cooperativas hubieran nacido como entes públicos – en el mal sentido de la palabra público, es decir, sin propietarios-, con los que nadie se identifica. El vínculo entre trabajo y capital es, por desgracia y en muchos casos, el mismo o menor que en la Sociedad Anónima.

¿Cómo ha devenido un movimiento cuyo objeto era huir del fantasma del anonimato de la Sociedad Anónima  en algo tan fantasmagórico y anónimo como ella? ¿Tienen alguna responsabilidad los Poderes Públicos? De ser así, ¿pueden hacer algo al respecto? La respuesta, en la próxima entrada.

Cristóbal Garrido Novell.

Bibliografía no enlazada en el texto

(1) Puentes Poyatos, R.: (2008) “Las cooperativas de segundo grado como forma de integración: especial referencia al efecto impositivo”, Edición electrónica gratuita.

(2) De los apuntes de la asignatura “Gestión de Cooperativas Agrarias” (2009), Joaquín Domingo Sanz (ETSIAM de Córdoba).

(3) Quintana Cocolina, C. (2016). “The power of cooperation. Cooperatives Europe key figures 2015”. Cooperatives Europe.

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