La historia está jalonada de grandes batallas, pero no todas las grandes batallas se libran en campos de batalla, ni todas las armas son armas blancas o de fuego.
En campos como los de la Albufera, el Delta del Ebro y las Marismas del Guadalquivir, familias de agricultores armadas con aperos de labranza batallaron contra enemigos sin rostro, contra la naturaleza, contra sí mismos. Tuvieron que domeñar a la naturaleza más inhóspita, manifestada en forma de paludismo, aislamiento, crecidas del mar, fango y salinidad extrema; todo ello para implantar el benéfico cultivo del arroz, para procurarse un porvenir.
Antes del desarrollo de la maquinaria agrícola, la implantación y mantenimiento del cultivo del arroz contó con las única fuerzas humana y animal. Las siembras se realizaban por trasplante, planta a planta, debido a que la proliferación de insectos y malas hierbas en el agua no renovada por los deficientes sistemas de drenaje, entorpecían la nascencia. El control de malas hierbas y la siega también se hacía manualmente como en otros cereales, empleando gran cantidad de mano de obra, con la agravante del fango, el bochorno, los insectos y el paludismo o malaria que transmitían.
La cuna de este singular cultivo en España es la Albufera valenciana. Se atribuye su introducción a los árabes. Desde la Edad Media, su cultivo siempre estuvo restringido por ser consideradas las aguas estancadas foco de enfermedades. Durante el s. XIX se produjo su expansión sobre los fundamentos asentados durante el siglo XVIII por José Antonio Cabanilles. El botánico valenciano, anticipándose al concepto de desarrollo sostenible, condicionó su cultivo a la renovación de las aguas de riego, al distanciamiento de los núcleos de población y a la siembra en tierras que no fueran aptas para otros cultivos. En el mismo siglo el arroz apareció para no volver a desaparecer en el Delta del Ebro de la mano de familias valencianas.
Más al sur, y también acompañado por agricultores valencianos, su implantación en las marismas del Guadalquivir fracasó a principios del siglo pasado para arraigar definitivamente, tras un lapso de casi dos décadas de abandono. Actualmente es el mayor arrozal de Europa. Paralelamente, y también dentro del marco de la política de colonización, su cultivo fue extendiéndose poco a poco por Extremadura.
Fue durante este periodo, sobre todo a partir de la década de los 60, cuando el heroico cultivo del arroz fue paulatinamente pasando a ser un cultivo completamente mecanizado. El trasplante planta por planta fue sustituido por la siembra directa mediante avionetas, el arranque manual de malas hierbas por la aplicación de fitosanitarios también desde el aire, la siega manual y la trilla por cosechadoras específicamente adaptadas al fango, los antiguos sistemas de riego heredados de los árabes por modernos sistemas de riego a demanda con drenaje individualizado, las traíllas tiradas por animales por niveladoras láser.
Hoy día se siembran en España más de 100.000 ha con un valor de producción estimado de más de 250 millones de euros (Cuentas Económicas de la Agricultura, enero 2016). En la Unión Europea, se cultivan algo más de 400.000 ha. Con una producción de unos 3 millones de toneladas Italia es el primer productor, con un 50% de la superficie total, seguido de España con un 25% de la misma y con el 30% de la producción. Y lo que es más importante, en las comarcas arroceras, pese al inevitable descenso de demanda de mano de obra asociado a la mecanización, el antaño heroico cultivo del arroz sigue erigiéndose como la principal actividad económica.