Ante la nueva reforma de la Política Agrícola Común (PAC) nuestros representantes han seguido la tradición de cerrar filas para defender el mantenimiento del status quo frente a la propuesta de la Comisión de dar más flexibilidad a los Estados Miembros para configurar la aplicación de la PAC en sus territorios.
Unos de los argumentos que más solemnemente usan nuestras Organizaciones Profesionales Agrarias (OPAs) y partidos para oponerse a su renacionalización [sic], parafraseando de memoria a Clara Aguilera, a la sazón Vicepresidenta de la comisión de Agricultura y Desarrollo Rural del Parlamento Europeo, son “el quebrantamiento de los principios del Tratado de funcionamiento de la Unión Europea y la amenaza de ruptura del mercado único, poniéndose en riesgo a la misma Unión Europea”.
Intentemos analizar su afirmación. Para ello, distingamos entre el conocimiento que acerca a la verdad y el que no lo hace, tal y como hace S. Weil en este maravilloso fragmento:
“Si un hombre sorprende a la mujer que ama, a la que ha dado toda su confianza, en el flagrante delito de infidelidad, entra en contacto brutal con la verdad. Si viene a saber que una mujer a la que no conoce, cuyo nombre oye por primera vez en una ciudad que tampoco conoce, ha engañado a su marido, eso no cambia para nada su relación con la verdad. Este ejemplo nos da la clave. La adquisición de conocimientos aproxima a la verdad cuando se trata del conocimiento de lo que se ama, y sólo en este caso. […]Desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad. […] El amor real y puro desea siempre permanecer entero en la verdad, cualquiera que sea, incondicionalmente. […] La verdad es el esplendor de la realidad.”
Podríamos decir toscamente que hay verdades subjetivas, en el sentido de que afectan al sujeto que las adquiere o declara poniéndolo en contacto con la realidad (no estamos hablando del relativismo subjetivista), y verdades objetivas o declarativas, en el sentido de que se corresponden con una descripción de la realidad, pudiendo el sujeto hacerlas suyas sin que le afecten lo más mínimo. Las primeras implican un cambio en el sujeto que las declara o defiende, las segundas suponen un dato más en su discurso; dato que puede ser usado como medio para diversos fines.
Esta distinción no llama a descartar a priori las verdades que hemos bautizado como objetivas, sino a ponerlas en su lugar; y su lugar es al servicio del segundo tipo de verdades, las verdades que hemos llamado subjetivas. Las verdades objetivas son un medio, es decir, una herramienta; las verdades subjetivas son un fin en sí mismas, y por tanto poseen la capacidad de ubicarnos en la realidad. Cuando el orden se invierte, y usamos las verdades objetivas como fines, no sólo dejan de cumplir su función sino que nos alejan de la verdad.
Un margen mayor de los Estados Miembros para perfilar la PAC en sus territorios mediante Planes Estratégicos introduce el riesgo de distorsionar el mercado único. Pero también este riesgo puede minimizarse mediante medidas preventivas como puedan ser las anunciadas por la Comisión en su propuesta de criterios de redacción y medidas correctivas en caso de incumplimiento de dichos Planes Estratégicos Nacionales.
Este mayor margen podría ir contra el cumplimiento de los artículos 39 y 40 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Pero también, tal y como dice la Comisión, se ajusta al principio de subsidiariedad regulado por el segundo Protocolo del Tratado.
Vemos que por cada objeción razonable de Clara Aguilera, a la que hemos tomado como portavoz de nuestro sector, hay otra objeción razonable de la Comisión. ¿Es posible deshacer esta maraña de afirmaciones cruzadas? La clave nos la da Weil.
Cuando tratamos de contraargumentar poniendo en la balanza más argumentos que el contrario, es decir, a granel, estamos haciéndolo con verdades objetivas. Verdades que no son en sí mismas falsas, pero que no nos acercan un ápice a la realidad, patria común de ambos interlocutores, sino que nos encierran más en nosotros mismos.
Tras el argumentario de nuestras OPAS y partidos no hay ninguna verdad subjetiva, por lo menos explícita; tan solo el uso de verdades objetivas utilizadas como medios con el fin de que el sector agrario español no pierda presupuesto. Y con un fin tan endeble, tal y como nos muestra la historia reciente de la PAC, los debates sobre sus sucesivas reformas están perdidos de antemano.
Nuestro sector agrario teme que esta fuente de recursos que se llama Unión Europea dé el primer paso hacia el cierre del grifo mediante el subterfugio de la renacionalización. Por desgracia, en la primera fila de nuestra posición no hay una auténtica preocupación (léase amor en la terminología empleada por Weil) por el sector agrario europeo. Ese amor que se duele por el contacto con la realidad.
Con esta nube zumbante y ruidosa de palabras cruzadas soslayamos continuamente la única verdad subjetiva que afecta a ese sujeto que es la Unión Europea, y es que no es una verdadera unión, sino una confluencia de intereses económicos. Un cuerpo sin alma, arrastrado por el viento de aquí para allá. El viento que hacen soplar otras potencias y organizaciones mundiales, sin más resistencia que la protesta inconexa y educadamente alborotadora de sus miembros, que no paran de aducir verdades objetivas unos contra otros, alejados de la realidad que los une.
Un debate de este calibre merece una propuesta que nos saque de este rosario de reformas que tienen como final la consumación de la agricultura tal y como la conocemos. Merece que todos los afectados (agricultores, representantes políticos y profesionales, operadores y ciudadanos en general) realicemos un ejercicio de sinceridad extremo guiado por el deseo de contacto directo con la realidad, cualquiera que sea. En este debate no sólo nos jugamos el sector agrario, también nos jugamos la Unión Europea. Pues cuando lo único que amalgama a un colectivo son los volubles intereses económicos, si estos dejan de existir es cuestión de tiempo que el colectivo acabe disolviéndose como azucarillo en agua.
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