La ficción tiene entre sus propósitos el de reavivar aquella primera emoción palidecida por la repetición de la costumbre. La sorpresa del niño que ve por primera vez un ser inmenso, de cuello y melenas largas, mirada noble y extremidades finísimas e infinitas acabadas en pequeñísimas puntas es la misma de aquel hombre que, en la sabana o en la estepa, vio un caballo trotando contra el viento y lo nombró por primera vez. En este sentido, el unicornio es un ser mitológico y de ficción que, dotando al consuetudinario jamelgo de un asta, un poco de esquivez y ciertas propiedades fabulosas actualiza aquel primer asombro del descubridor ante tan maravilloso cuadrúpedo.
Pero esta capacidad de la ficción de retrotraernos a aquel primer descubrimiento puede también evocar otras emociones primigenias aparejadas al mismo tales como el miedo; y esto es porque el estado psicológico del que surgen ambas, sorpresa y miedo, es el mismo, a saber, la extrañeza hacia lo diferente y desconocido. Dan cuenta de ello las pretéritas leyendas y cuentos, en las que terroríficos monstruos y maravillosas criaturas cohabitan; antecesores de los hodiernos relatos de fantasía, terror y ciencia ficción.
Pese a las discrepancias entre los autores en torno a la mayor o menor relación que debe existir entre realidad y ficción, para que ésta sea efectiva en su recreación de emociones primigenias, todos están de acuerdo en que ha de seguir unas mínimas reglas. Una de ellas es la verosimilitud. A partir de ciertos hechos verificables por el espectador o el lector de manera inmediata, el creador de ficciones construye su relato. En ciertos casos estos rudimentos son ciertas hipótesis científicas, como en la ciencia ficción; en otros son los testimonios históricos de avistamientos de animales unicornes como los de rinocerontes hechos por los exploradores de la antigüedad y medievales, o de animales con anomalías genéticas.
Siguiendo esta línea de creación de seres de ficción basados en animales, los artrópodos han inspirado numerosos monstruos y personajes. Su variabilidad, su morfología, su prolijidad en individuos y extremidades, su capacidad para metamorfosearse, su comportamiento colectivo e individual; en fin, su distancia con respecto a nosotros, bípedos racionales de sangre caliente ha atraído la atención de cineastas y escritores, que han visto en ellos una generosa fuente de aquella extrañeza primigenia de la que hablábamos.
Uno de estos extraños artrópodos que tantos seres de ficción ha inspirado es el gorgojo o picudo. La contemplación de esta familia de coleópteros de probóscide prolongada, ojos indiferentes y caparazón masivo, que en su fase de pupa parecen una cría alienígena esperando plácidamente en su cápsula espacial a aterrizar en un planeta propicio para invadirlo, despierta la primigenia extrañeza ante lo distinto, que dependiendo del observador, transformará en sorpresa o en miedo.
Aunque la Tierra en su conjunto no haya sido invadida por alienígenas, es decir, por extraños, que es lo que significa esta palabra latina, hay regiones de la misma que son y siguen siendo invadidas por hexápodos extraños o alienígenas cada año. Estas invasiones son a veces abortadas en frontera, otras vencidas sobre el terreno invadido y en otros casos se aprende con resignación a convivir con ellas mediante diversos medios de control. Lo absolutamente excepcional es que los invadidos rindan honores al invasor.
Uno de estos alienígenas invasores es el gorgojo Anthonomus grandis. Procedente de Centro y Suramérica es una plaga de cuarentena del algodón, cuya introducción en nuestro país y en toda la Unión Europea está prohibida en los territorios de Andalucía, Cataluña, Murcia y Valencia al considerarse regiones algodoneras libres de la misma. Para asegurarse de ello, la normativa fitosanitaria europea (Directiva 29/2000) obliga a la obtención al ácido de las semillas de algodón importadas, así como a su acompañamiento por un certificado fitosanitario debidamente cumplimentado.
Pues bien, este gorgojo de cuarentena cuenta con el honor de poseer un monumento, al modo de los grandes conquistadores; con una diferencia, en este caso el monumento fue elevado por los conquistados. En el centro de Enterprise, Alabama, una impávida cariátide blanca alza majestuosamente un gorgojo del tamaño de un perro, transportándonos al Jardín de las Delicias del Bosco o a una película de ciencia ficción con tintes de surrealismo.
A principios de siglo XX, este gorgojo llegó a los campos de algodón del sur de Estados Unidos procedente de México. Incapaces de controlarlo infectó todas las zonas de producción, arrasando ciertas regiones. Devorando las flores y brotes de las plantas de algodón provocó la crisis de la industria algodonera y con ella la de numerosas ciudades sureñas. Como consecuencia se produjo la primera gran migración negra estadounidense hacia las ciudades del norte, incluida Chicago. Esta primera migración, que comenzó durante la I Guerra Mundial y se extendió hasta los años 20, catalizó la creación y popularización del jazz; como botón de muestra las numerosas canciones de blues y jazz dedicadas a nuestro extraño invasor hasta entrados los años 60 (la más conocida, “Bollweevil song“, de Led Belly´s).
Mientras sus compatriotas seguían luchando contra el invasor, los agricultores de Enterprise, Alabama, decidieron diversificar y dedicarse al cultivo del cacahuete. En 1919 el empresario Bon Fleming, secundado por el ayuntamiento y el pueblo de Enterprise, erigió el monumento. La placa conmemorativa del mismo reza:
“Con profundo agradecimiento al gorgojo del algodón y a lo que hizo como heraldo de prosperidad, fue erigido este monumento por los ciudadanos de Enterprise, Coffee County, Alabama”.
Treinta años después Luther Baker pensó que un monumento al gorgojo se merecía un gorgojo, y le añadió uno de considerables proporciones, componiendo tan alucinante figura.
Decíamos al principio que el primer encuentro, el encuentro con una criatura nueva y extraña, con un alienígena, suscitará siempre extrañeza. Seguramente la extrañeza que suscitó el gorgojo entre los agricultores del sur de Estados Unidos no fue la misma que suscitan hoy los monstruos de ficción inspirados en él. Lo que sí es seguro es que el Anthonomus grandis suscitó la misma extrañeza en los agricultores de Enterprise, Alabama, que en el resto de agricultores sureños. No obstante, mientras que unos transformaron esta extrañeza en miedo, el pueblo de Enterprise la transformó en una extraña admiración; pues aunque podrían haber levantado un monumento al cacahuete, o a la audacia de sus agricultores decidieron levantar un monumento al gorgojo, el contrapeso que espoleó su creatividad.
Poniendo en práctica aquel castizo refrán de que “no hay mal que por bien no venga“, cristalizaron aquella su primigenia emoción de extrañeza y admiración en una ficción de piedra y bronce, la de un gorgojo del tamaño de un perro mostrado al mundo por un personaje de la antigua Grecia; de entre las muchas ficciones sobre el gorgojo, la única que no trata de suscitar miedo hacia este monumental insecto, a la vez temido y admirado, y que cuenta en su haber con un género musical.
Cristóbal Garrido Novell