La causa de la riqueza de las Naciones, de las ciudades y del campo.

En su obra magna, “Una Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las Naciones” (1776), Adam Smith sienta las bases del liberalismo económico y por extensión de la economía moderna. En ella analiza sistemáticamente conceptos tan comunes hoy, pero tan revolucionarios en su momento, como la división del trabajo, la productividad, la mano de obra, la moneda, la formación de precios, la competencia o el mercado.

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Adam Smith analiza en uno de los pasajes de su obra (recomendamos la lectura del fragmento completo: original y español), las razones del mayor progreso económico de las zonas urbanas con respecto a los territorios rurales. Y curiosamente, hablando como hablamos del padre del laisse faire y de la mano invisible, la principal razón no reside (o por lo menos no únicamente) en la mayor capacidad inventiva de las ciudades con respecto al campo o en la mayor capacidad de esfuerzo de los urbanitas con respecto a los campesinos, ni siquiera de la mejor situación estratégica de las ciudades.

Según Adam Smith, en Europa, ya desde antes de la Revolución Industrial, se venían creando en los burgos o ciudades corporaciones sectoriales de comerciantes e industriales con el fin de restringir la libre competencia por medio de regulaciones locales. El fin de estas corporaciones, en las manos de las cuales estaban los ayuntamientos, era mantener el mercado controladamente desabastecido de manera que se mantuvieran los precios artificialmente altos. Las corporaciones de unos sectores apoyaban el establecimiento de límites a la libre competencia en otros sectores a cambio de apoyo recíproco en el seno de los ayuntamientos. De tal modo que “ninguno salía perdiendo por estas regulaciones”, ya que, aunque unos sectores tuvieran que comprar caros los productos de otros, a cambio podían vender caros los propios.

¿Cómo afectaban estas regulaciones al campo? De dos modos: 1) dado que todas las materias primas elaboradas por las ciudades provenían del campo, en la venta de productos elaborados de la ciudad al campo, se producía un retorno de parte de estas materias primas a un precio incrementado con los salarios de los obreros y los beneficios de los industriales; y 2) haciendo las ciudades de canalizadores del flujo de materias primas procedentes de otras regiones rurales (del mismo país o de otros) a un precio incrementado por los salarios de los transportistas y por los beneficios de los comerciantes. Si llamamos “PM” a los precios de las materias primas y “PI” a los precios de las manufacturas, y consideramos como empleadores de la ciudad a los industriales y comerciantes, y trabajadores de la ciudad a los obreros y a los transportistas, las ganancias del campo y la ciudad serían:

Gan. del campo = Beneficio empleadores del campo + Salario de los trabajadores del campo =   f(PM – ↑PI)

Gan. de la ciudad = Ben. de los emp. de la ciudad + Sal. de los trab. de la ciudad= f (↑PI – PM)

De esta manera, los habitantes (empleadores y empleados) de la ciudad veían incrementar sus ganancias, consciente o inconscientemente, gracias a ese acuerdo por el cual los precios eran artificialmente elevados, comprando barato y vendiendo caro de manera estructural al campo; es decir, el progreso económico de las ciudades se hacía a costa del retroceso económico del campo. La libre competencia funcionaba en un sentido, pero no en el otro.

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Pero, ¿son estos mecanismos propios de una fase superada de la historia o siguen operando? Stephan Lessenich es de la segunda opinión. El autor de la “La Sociedad de la Externalización” (1), basándose en el trabajo de Korzeniewicz, R. P. (2011), afirma que Adam Smith muestra en “La Riqueza de las Naciones” cómo la coyuntura favorable para la producción de bienestar en los entornos urbanos guarda relación con la coyuntura menos propicia para el bienestar en los entornos rurales: “el ascenso de unos guarda relación con que otros se quedan con las ganas”. Esta coyuntura favorable de las zonas urbanas consiste en la mayor facilidad de los urbanitas, más allá de las regulaciones locales que mencionamos anteriormente, para “fusionarse hacia dentro y cerrarse hacia fuera, de coordinar y regular entre sí su actividad productiva y de protegerse de la competencia externa, de constituirse como una comunidad económica de intereses y de trasladar la presión de la competencia a los proveedores en los alrededores campesinos. […]. A la larga, estas ventajas se acaban estabilizando y potenciando, generando así una coyuntura que podría designarse como equilibrio del desequilibrio […]”. ¿Suena a oligopolio?

La realidad campo-ciudad descrita por A. Smith, y desarrollada por S. Lessenich, puede resultar, no obstante, demasiado simplista si se aplica a nuestros entornos urbanos y rurales. Pero el libro de Lessenich va mucho más allá. Para él (y otros muchos sociólogos) estos mecanismos, denominados externalizadores, explican a la sociedad moderna globalizada: donde dijimos campo léase sector primario (la mayor parte de éste formado por habitantes de países pobres) proveedores de materias primas y mano de obra barata; donde dijimos ciudades léanse sector terciario o secundario deslocalizado (la mayor parte de ellos, empleadores o empleados, formado por habitantes de países ricos), consumidores de esas materias primas baratas y exportadores de servicios y productos tecnológicamente avanzados como contrapartida.

Lessenich, en su obra “La sociedad de la externalización” analiza este concepto de manera general y sistemática en diversos ámbitos, todos ellos a nivel global: minerales, combustibles, movilidad asimétrica, alimentos como el maíz, la soja o el aceite de palma… considerando a nuestras sociedades desarrolladas en su conjunto como esas nuevas “comunidades económicas de intereses”.

Sólo como botón de muestra para suscitar la reflexión, y centrándonos en el sector agroalimentario, ¿no constituyen un ejemplo de esas “comunidades económicas de intereses”, ya no circunscritas al burgo sino de límites difícilmente definibles, la concentración en pocas empresas de gran parte de la fabricación mundial de insumos agrícolas (fitosanitarios y semillas)?

Cristóbal Garrido Novell

Referencias no enlazadas en el texto

  • Stephan Lessenich (2019) La Sociedad de la Externalización. Herder Editorial SL, Barcelona.

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